viernes, 14 de febrero de 2014

Los orígenes la Familia Guadarrama

Aun en estas fechas no es seguro que Guadarrama sea el apellido de mi abuelo materno: Trinidad, así se llamaba mi abuelo, cómo a muchos indígenas, ésto de los apellidos no les hacía ningún sentido, y aunque Juárez instauro el Registro Civil en el siglo XIX para los otomies de San Pedro Atlapulco no les importaba. Fue hasta el tiempo de la Revolución Mexicana cuando mi abuelo y su hermano Cecilio tuvieron que dejar su pueblo porque ya no había casi nada que comer. Las gavillas de revolucionarios asolaban pueblos, matando hombres y violando mujeres. Así que ambos partieron rumbo a la ciudad de Toluca, al llegar a ella les solicitaron documentos que aseguraran que se trataba de ellos. En algún lado escuche, no sé sí el tío Luis o a mi madre contar que al ir al registro civil les preguntaron cómo se llamaban,  ellos contestaron que Cecilio y Trinidad, no tenían apellido.   Alguien que estaba en el registro los conmino a ponerse Guadarrama y ellos lo aceptaron. En fin los abuelos murieron hace ya varios años, primero el abuelo Trinidad y años mas tarde la abuela Margarita para saber si es verdadera esta historia.
Lo que si es cierto es que ellos provienen de uno de los pueblos otomies más antiguos del centro de México, desde el siglo XVI hay referencias de su existencia: San Pedro Atlapulco se encuentra a un lado del Parque Nacional de la Marquesa, es camino de los peregrinos que van a ver al señor de Chalma, límite del territorio otomi con el nahua en la Sierra de las Cruces. Es un pueblo con una gran tradición: las fiestas de carnaval y la del señor San Pedro con sus danzas de los arrieros. Lugar de mole, de arroz, de quesadillas de quelites y hasta hace algunos años todavía de pulque.
Es junto con el otro pueblo cercano Guadalupe Victoria los sitios en donde nuestras raíces siguen estando.
Mi abuelo fue músico, vendedor, hortelano, minero para finalmente terminar siendo cocinero. Comenzó ayudando en la cocina y termino siendo uno de los cocineros. Gracias a ello sus hijas fueron excelentes cocineras, después de los banquetes que el abuelo hacía para judíos, libaneses y otros grupos en fiestas y banquetes,  el remanente de comida se la llevaba a casa, así que mi madre y sus hermanos probaban pastelillos, platillos y delicatessen de estos grupos que comenzaban a vivir en Polanco y en las Lomas de Chapultepec. Gracias a todo esto la tradición de comer huitlacoche, hongos silvestres, quelites nunca estuvo peleada con las coles de bruselas, las berenjenas y  las coliflores que mi madre nos cocinaba.
De mi abuelo me recuerdo yendo por mi al kinder, caminando de Sullivan a Serapio Rendón en dónde vivíamos en los años sesentas y setentas. Recuerdo su sonrisa, él mismo cocino cuando el tío Arnulfo se consagro como sacerdote. Lo recuerdo vagamente un día antes de morir. Celebramos el año nuevo en casa de los abuelos paternos en Laguna de Términos, en un momento dado el tío Luis hermano de mi madre vivía en Mayrán a unos cuantos metros de ahí, mi padre decidió continuar la celebración yendo a casa de Luis. Tenía nueve años recuerdo haber visto a mi abuelo sonriendo y hablando esa madrugada. Yo me fui a buscar a mis primos para jugar.
Al otro día en la mañana estábamos desayunando cuando llego Carlos Soria quién nos aviso del lamentable suceso. Mi abuelo falleció de un infarto cerebral, nunca más lo vi, no fuimos ni al velorio, ni al sepelio que se llevo a cabo en el Pueblo, sin embargo es la tumba que mejor sé dónde esta de todos mis abuelos, al menos hasta hace algunos años debajo de un enorme cedro que son los arboles que adornan el panteón de San Pedro Atlapulco.
Los orígenes: los abuelos paternos

La familia Quintanar de la que provengo vivieron en la Hacienda de La Laja, en Tequisquiapan, estado de Queretaro a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. El bisabuelo Arnulfo Quintanar era peón de hacienda, trabajaba domando los animales de trabajo. En una de esas domada tuvo un accidente que le afecto la cadera. Tuvo varios hijos: Leonor, Félix, Vicenta, Petra, María de Jesús, José y ...  Me contó mi tía María de Jesús que la vida en la hacienda era difícil. No podía sembrar los pedazos de tierra que les otorgaba el patrón si antes no se sembraba sus tierras. Por lo que siempre podían cosechar poco maíz.
La razones por las que abandonaron aquel lugar fue sin duda la Revolución Mexicana como trasfondo y porque los hermanos del bisabuelo habían muerto o emigrado hace mucho tiempo. Creo que de ahí nos viene lo nómadas en la familia.
En tiempos de la revuelta revolucionaria, uno de las tantas gavillas de aquellos tiempos se llevaron al tío Leonor a la leva. A pelear contra no importa quién, para hacer la bola. Afortunadamente el tío Leonor cayo preso y pudo regresar vivo a su casa, al regresar no quería saber nada de la Laja y junto con mi abuelo José el hermano menor se fue a la ciudad de México a trabajar. Trabajaron y trabajaron hasta que fueron comprando terrenos para que la familia se viniera a vivir a esta ciudad. Así que cuando el reparto agrario se hizo los hijos del bisabuelo no querían saber nada de su lugar de origen, ni de sembrar, ni mucho menos de regresar. Y como el bisabuelo estaba lastimado de la cadera pues ya no pudo regresar a la Laja.
Así se vinieron a vivir a Casa Amarilla en la Pensil, a Laguna de Términos en la Anahuac, y algunos en Santa Julia. Fueron una familia muy numerosa, como herederos de la zona centro del país, eran sumamente católicos, de familias muy numerosas, y aunque sólo algunos hicieron carrera de sacerdote, los hijos mayores de los tíos siempre estuvieron muy cerca de la iglesia católica. En la familia Quintanar Monroy, de la que provengo directamente,  hubo dos hijos que fueron al seminario, uno de ellos se ordeno como sacerdote.
En los primeros años eran una familia ampliada, en cada parto de la abuela Juana, venían las primas para ayudar atender a la parturienta y a los hijos. Las fiestas eran muy grandes, cuentan que hasta un equipo de beisbol llegaba. Pero esto también era un problema, llegaban la familia a armar itacates antes de servir la comida y en alguna ocasión al momento de querer servir la comida ya todo se había distribuido. Eso y otras cosas hicieron que cada vez las fiestas se hicieran sólo en la familia nuclear que seguía siendo numerosa. La tía más longeva fue María de Jesús que llego a los 104 años cuidado por las tías Quintanar Monroy y a quién mi abuelo José antes de morir les encargo a sus hijas el cuidado de su hermana. Esta tía nunca se caso, pero dedico toda su vida a la religión formo muchos niños en el catecismo católico. Mis hermanos y yo fuimos parte de estas camadas de niños catequizados.
Hay algunas anécdotas que quizás valga la pena contar. El accidente del abuelo por un coche en donde el tío Felipe siendo un niño le toco vivir, al parecer llego con la camisa llena de sangre, llorando y gritando que algo le había pasado a su papacito, como se acostumbraba llamar a los abuelos en aquellos años.A nosotros todavía de niños algunas veces llamábamos de esa manera a los Abuelos Quintanar Monroy. En muchas ocasiones vi a los primos de mis padres: Pablo, Alberto, Juan, Pedro besarles la mano a mis abuelos.
La cantidad de pollos que se producían en esa casa, en la boda de mis padres no se que cantidad de esos animales se sacrificaron para el mole. Mi padre cuenta que mis abuelos criaban un cerdo que en algún momento sacrificaban para comérselo. Cuenta que había enormes arboles que los tíos trepaban y que mi abuela no alcanzaba a verlos. Escondidos en la copa de esos árboles. Tuvieron muchos perros, uno de ellos creo que el blackie cada que mi abuela se enojaba con mis tíos le pedía al perro que fuera por ellos, éste obediente los sostenía de los tobillos sin lastimarlos y no lo soltaba hasta que llegara mi abuela y desquitará su enojo con mis tíos.
Otra historia era que la que iba ser la esposa de mi tío Luis hermano de mi madre, Catalina, vivía enfrente de la casa de mi padre, veía como mi abuela los ponía hacer el quehacer, a limpiar la duela, a poner amarillo congo en los pisos, en donde mis tíos quedaban con los codos y rodillas todas pintadas.
Mi padre cuenta que antes que construyeran la Euzcadi y demás fabricas, uno veía maizales y los volcanes espectaculares al fondo, cuidando la ciudad.
Entre los eventos a destacar están cuando el río Consulado se desbordo.
De las cosas que más se acuerdo mi tía María de Jesús fue del fusilamiento del Padre Pro a quien acusaron de organizar un acto terrorista contra Alvaro Obregón que fue presidente en los años veinte. Para mi tía toda su vida giro en torno a dios.


jueves, 13 de febrero de 2014

La Chinantla

En mi vida había visto paisajes tan llenos de árboles, lugares en dónde todo era verde, dónde no había huecos. Un verde diferente al de las montañas guerrerenses en época de lluvias. Vi mariposas con números en las alas. Campanas antiguas mostradas cuan viejas e históricas eran. Entendí el sistema de roza, tumba y quema de las selvas tropicales. Conocía a los tepescuincles. Vi las calabazas como recipientes que contenían semillas de maíces de colores: amarillos, blancos, rojos. Me sorprendí con los maíces llamados sangre de cristo porque contienen una especie de venas en su interior de color rojo que efectivamente semeja estos conductos.
Bebí pozol mientras observaba como los pollos se comían a los picudos que salían del maíz desgranado. Aprendí que no se puede caminar cerca del río sin temer a las temibles nauyacas.
Conocí la planta de pita antes de trabajar en el tema. Esas bromelias terrestres parientes de la piña y que semejan más a un maguey. Domimos en una bodega de café lleno de cucarachas. Probé las deliciosas tostadas hechas de maíz amarillo.  Casas llenas de plantas de chiles pequeños, de flores y albahacas. Iglesias antiguas, muy antiguas. También vi tierras yermas, pastizales sin utilizar con relictos de selvas en la otra parte de esta zona en  San Juan Lalana. Terrenos esperando los animales de los ganaderos veracruzanos. Vi la moneda por ambos lados: las plantaciones de piña y el uso de gramoxone y demás productos de las empresas de agroqupimicos. Aprendí que el maíz importado (quizás transgénico) de Estados Unidos llegaba a Veracruz, se molía y llegaba vía Maseca a toda esta región. Aprendí que a las personas de las pequeñas ciudades como Tuxtepec no les importa el origen del maíz que consumían. Pero que en las comunidades indigenas aledañas no solo estaban orgullosos de todos sus maíces y sus colores, sino de la diversidad de alimentos que producen. Orgullosos de sus compostas, de sus abonos orgánicos. Entendí el daño de las presas de Cerro de Oro y Miguel de la Madrid. Ese progreso tan buscado y tan poco efectivo. Se perdieron alimentos: langostinos de río que desaparecieron a causa de la modernidad a medias tan característica de este país. Muchas cosas aprendí de este viaje al corazón de la Chinantla, entre Valle Nacional que siempre me remitía al libro de John Kenet Turner. Tuxtepec y su famoso plan. Además del tío abuelo que nunca conocí pero que fue obispo de esa pequeña ciudad comercial. Llegue hasta Xalapa de Diaz. Tierra de mazatecos y de María Sabina, no llegué hasta su cuna. Pero vi un hermoso mercado, me toco un sepelio, en dónde los hombres se emborrachaban y ponía música a todo volúmen para soportar la pena. Regrese contento de conocer una de las regiones que más me han marcado en la vida: la Chinantla.