jueves, 13 de febrero de 2014

La Chinantla

En mi vida había visto paisajes tan llenos de árboles, lugares en dónde todo era verde, dónde no había huecos. Un verde diferente al de las montañas guerrerenses en época de lluvias. Vi mariposas con números en las alas. Campanas antiguas mostradas cuan viejas e históricas eran. Entendí el sistema de roza, tumba y quema de las selvas tropicales. Conocía a los tepescuincles. Vi las calabazas como recipientes que contenían semillas de maíces de colores: amarillos, blancos, rojos. Me sorprendí con los maíces llamados sangre de cristo porque contienen una especie de venas en su interior de color rojo que efectivamente semeja estos conductos.
Bebí pozol mientras observaba como los pollos se comían a los picudos que salían del maíz desgranado. Aprendí que no se puede caminar cerca del río sin temer a las temibles nauyacas.
Conocí la planta de pita antes de trabajar en el tema. Esas bromelias terrestres parientes de la piña y que semejan más a un maguey. Domimos en una bodega de café lleno de cucarachas. Probé las deliciosas tostadas hechas de maíz amarillo.  Casas llenas de plantas de chiles pequeños, de flores y albahacas. Iglesias antiguas, muy antiguas. También vi tierras yermas, pastizales sin utilizar con relictos de selvas en la otra parte de esta zona en  San Juan Lalana. Terrenos esperando los animales de los ganaderos veracruzanos. Vi la moneda por ambos lados: las plantaciones de piña y el uso de gramoxone y demás productos de las empresas de agroqupimicos. Aprendí que el maíz importado (quizás transgénico) de Estados Unidos llegaba a Veracruz, se molía y llegaba vía Maseca a toda esta región. Aprendí que a las personas de las pequeñas ciudades como Tuxtepec no les importa el origen del maíz que consumían. Pero que en las comunidades indigenas aledañas no solo estaban orgullosos de todos sus maíces y sus colores, sino de la diversidad de alimentos que producen. Orgullosos de sus compostas, de sus abonos orgánicos. Entendí el daño de las presas de Cerro de Oro y Miguel de la Madrid. Ese progreso tan buscado y tan poco efectivo. Se perdieron alimentos: langostinos de río que desaparecieron a causa de la modernidad a medias tan característica de este país. Muchas cosas aprendí de este viaje al corazón de la Chinantla, entre Valle Nacional que siempre me remitía al libro de John Kenet Turner. Tuxtepec y su famoso plan. Además del tío abuelo que nunca conocí pero que fue obispo de esa pequeña ciudad comercial. Llegue hasta Xalapa de Diaz. Tierra de mazatecos y de María Sabina, no llegué hasta su cuna. Pero vi un hermoso mercado, me toco un sepelio, en dónde los hombres se emborrachaban y ponía música a todo volúmen para soportar la pena. Regrese contento de conocer una de las regiones que más me han marcado en la vida: la Chinantla.

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